Palabras, unidades con significado o al menos con algún tipo
de carga significativa. Forjadas a través de los siglos y en cada momento con
una forma distinta para ser capaces de explicar los pensamientos y los hechos
de cada época, en definitiva para explicar marcos históricos, sociales y
personales. Hechas para expresar ideas, pensamientos, sentimientos, para lo
cual se quedan cortas...
Tantas y tantas palabras, que a la hora de la verdad de nada
sirven, a veces es como si ninguna tuviese la carga necesaria para explicar lo
que se siente, para verbalizar de manera inteligible un pensamiento o un sentimiento,
a veces parecen simplemente, cartuchos a los que no se les ha puesto pólvora
suficiente y por lo tanto no aciertan nunca a su objetivo.
Pero no es justo culpar sólo a las palabras de la lengua que
hablamos cuando no podemos sacar a la luz lo que sentimos, la culpa quizá se halle
más bien en nuestra cabeza, en nuestra mente, donde a veces se amontonan
cientos de ideas, de pensamientos, de esos sentimientos que nos envenenan, de
todas esas cosas que no entendemos y que por algún motivo no conseguimos echarlas
fuera de nosotros porque no sabemos cómo
explicar lo que vive dentro de nosotros.
Pero puede ser que quizá, tampoco sepamos expresar lo que
llevamos dentro, porque tampoco tenemos un oído que nos quiera escuchar, escuchar
que no oír. Por habar se puede hablar de muchas cosas, oírse se pueden oír
muchas cosas y muchas personas te pueden oír, pero escuchar es algo mucho más
concreto, escuchar sólo lo puede hacer alguien concreto, alguien que de verdad
entienda las palabras que con nuestros labios pronunciamos de manera pura, sin
añadirle más significado que el que tienen, que las interprete tal y como son
sin buscarle punto oscuro alguno, porque al final, no se escucha a los labios,
sino al alma, los labios son sólo las puertas por las que el alma grita sus
sentimientos. De ahí que sea tan importante escuchar lo que dice tal y como es,
porque no hay nada más sincero que las palabras del alma.
El alma sabe cuándo es escuchado o no y por quien quiere ser
o no escuchada, el alma elige a su confidente, que no tiene porqué ser en absoluto
un amigo. Un confidente es ese ser concreto y puro que recibe las palabras del
alma en su sentido simple, sin añadirle nada que las altere, las entiende tal y
como son las ama por ser lo que son, un confidente
es ese que escucha, no que oye. Un confidente es ese que aconseja con
sinceridad, porque tiene la experiencia necesaria que lo hace entender a la
perfección lo que otra alma le cuenta, pero sobre todo un confidente es un alma
afín a la nuestra, sólo cuando dos almas son afines se escuchan, las demás sólo
se oyen, y en los oídos de los que sólo oyen, las palabras del alma no son más
que susurros que se lleva el viento al jardín mustio y frío del olvido.
Cuando no se tiene un confidente, las palabras son pólvora
mojada, los labios pistola sin gatillo y el alma cañón sin balas, y entonces,
el alma se cierra, y es cuando en la mente se amontonan los pensamientos, los
sentimientos, las ideas, porque no tienen dónde ir, no tienen a esa otra alma
afín que los guarde y una vez nos acostumbramos a estar cerrados, perdemos la
llave, la llave del candado que por comodidad y protección la mente le pone al
alma, pues de alguna manera esta es su guardián, con el tiempo, va haciendo
otra llave nueva, que termina por entregar al alma, para que esta se la dé a
quien elija por confidente, pero el tiempo de creación de la llave es lento, en
realidad la llave y ese tiempo, no son más que placebos para el alma, lo que en
realidad hace la mente es esperar a que cicatricen las heridas y que se calme la
agonía del alma, a que se calle su dolor, a que se sequen sus lágrimas. En
definitiva espera a que se acabe el dolor provocado por la experiencia, para
que el alma se llene de palabras con significado para regalárselas a su
confidente cuando esta lo encuentre.
Deep_Within
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